Su origen se remite a la mitología griega, en ella las sirenas tenían un cuerpo híbrido de pájaro y mujer. Con sus voces maravillosas debían de guiar a las almas al otro mundo, ya que sus voces eran tan especiales que ningún alma podía resistirse a seguirlas.
Los nombres registrados de las sirenas son: Agláope (la de bello rostro), Telxiepia (de palabras aclamantes) o Telxínoe (deleite del corazón), Pisínoe (la persuasiva), Parténope (aroma a doncella), Ligeia (empleado luego por Edgar Allan Poe para el célebre cuento homónimo sobre una mujer de mortal belleza), Leucosia (como un ser puro), Molpe (la musa), Radne (mejoramiento) y Teles (la perfecta).
Cuenta la leyenda, que las sirenas retaron a las musas a una competición de canto y que después de perder, las musas las castigaron a que perdieran sus plumas. Entonces las sirenas se arrojaron al mar y se convirtieron en un híbrido de mujer y pez.
Al no poder volar, ya no pudieron guiar a todas las almas al otro mundo, y se dedicaron a guiar sólo las almas de aquellos que perecían en el mar.
Orfeo y Ulises se resistieron a sus cantos y no pudieron llevar sus almas al otro mundo, sobreviviendo los dos a una muerte segura en el mar. Hades, dios griego del ultramundo o de los muertos las castigó entonces quitándoles sus funciones de guías de almas.
Las sirenas, como venganza hacia Orfeo y Ulises, a partir de entonces, utilizaron sus maravillosas e iresistibles voces para llevar a la perdición a los marineros que se acercaban a la isla donde habitaban, situada en el Mediterráneo frente a la de Sorrento, en la costa de la Italia meridional.